Senil

SENIL

El agua bajaba apresurada por sus senos y sus muslos. Ya no eran los mismos de antes, ahora sus carnes no entraban en el cuarto de ducha, donde tantas veces Carlos la embestía con fuerza. Los senos parecían bolsas de supermercado pegadas a su pecho; las piernas, cruzadas por pequeñas venas moradas y rojizas, se olvidaron de cuando eran curvas, ahora eran líneas rectas. Ella recorría con su mirada lo que había sido, lo que quiso ser y lo que era; el agua le daba algo de lucidez, por eso le huía.

Con el jabón recorría cada centímetro de piel, cada recuerdo, cada maldito recuerdo de una historia que aun la perseguía. Parió 9 hijos, cada uno de ellos un castigo, un recordatorio de su infelicidad, un retoño de la resignación que Carlos sentía por tenerla. En movimientos suaves enjabonaba su vientre y recordaba aquellos días cuando era invadido por el desamor. Aun con la mano llena de espuma y olor a manzanilla, jugaba con su ombligo que ya no se veía, sólo lo podía palpar. Debajo de tanta desolación aun sentía la primera y la última penetración de Carlos, separadas una de la otra por cincuenta años, y por miles de sentimientos contradictorios.

Era un tiempo en donde no había escapatoria para ella, sólo la cosificación que debía asumir con orgullo. Con las manos en los senos, saboreaba el agua tibia que aun la recorría, se le extraviaban los argumentos, y no sabía si fue el tiempo que le tocó vivir o si fue su propio tiempo, o si es este tiempo el que llena de desolación aquellos años. Tal vez si el mundo no hubiera cambiado como ha cambiado no sería capaz de darse cuenta de su infortunio, tal vez su infortunio es mirar al pasado con la luz del presente. Pero cuando entraba en esta disertación, el agua se ponía más fría, y con ella su lucidez, la demencia senil, en donde se escondía de sus fantasmas, la invadía.

Abría con más fuerza la llave del agua caliente, para no perder la idea que estaba construyendo. Se quedaba en blanco con el agua fría, y se enjabonaba con rapidez, hasta que nuevamente empezaba a calentar. Sus pies, hinchados sobre las baldosas, eran imposibles de enjabonar, no había espacio ni flexibilidad para tal movimiento, por eso se conformaba con frotarlos fuertemente contra el piso para sacar el sucio de las plantas; así sentía que bailaba al sonido del agua, y se pensaba en otro cuerpo, en otra historia, pero seguía allí, presente ante tanta desolación.


GLMV/ octubre 2008

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