Satyagraha

Satyagraha.


“…Aunque yo doy testimonio acerca de mi mismo, mi testimonio es verdadero, porque sé de donde he venido y a donde voy…” (Jn, 8:14)

“…y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres…” (Jn, 8:32)

A diferencia de Michel Jackson, Jesús no dejó una fortuna para disputarse entre sus herederos, ni libros cuyos derechos de autor pudieran ser donados para alguna causa, o para mantener a sus sucesores. Tampoco se destacó por haber publicado un artículo en una revista indexada con aportes al conocimiento universal. Lo único que hizo fue hacerse verdad, ser verdad, y esto fue suficiente para dividir la historia. Todos los que hemos pasado antes o después, adueñados o no del mundo, de la fama, la riqueza, el poder o el conocimiento, daríamos cualquier cosa porque aquel mamarracho, lleno de polvo del desierto, seguramente con manos toscas y curtidas, pudiera detenerse un segundo y regalarnos una mirada.

Vivimos tiempos de lepra y desconsuelo ante tanto absurdo en el que estamos sumergidos, especialmente en nuestro país. Lloramos a nuestros muertos, a esos que cada fin de semana son asesinados para robarlos; lloramos la pobreza ajena y la propia, vivimos aterrados, en una zozobra constante que no nos deja descansar. A veces este caos nos impulsa a acciones rápidas, que por su propia urgencia pierden sentido y trascendencia; otras veces, la parálisis nos obliga a conformarnos con la mínima cuota de felicidad que podemos alcanzar: la del consumo o la del amor pequeño y miope que podemos vivir en nuestras, cada vez más reducidas, familias.

En el fondo estamos insatisfechos, y nos cuestionamos a cada instante la vida dentro de esta sociedad que parece desmoronarse. Pero desde hace ya una década, hemos encontrado “un salvador”: Hugo Chávez. Para parte del país, es el “mesías prometido” que trae justicia, igualdad y felicidad a una sociedad que creció sobre el desprecio por el otro; para la otra parte, es quien nos explica nuestra propia infelicidad, la razón de nuestro fracaso, el sentido de nuestras luchas; salvándonos, de esta manera, de lo más difícil y doloroso: el encuentro con nosotros mismos, la desnudez personal ante nuestra propia mirada. Por eso Chávez y todo lo que él significa, se ha convertido en el centro de nuestras discusiones, de nuestras angustias o esperanzas, de nuestras batallas y posibles victorias. Ambos bandos, vacíos como estamos, no podemos sino hacer de esta “circunstancia” lo que le da contenido a nuestra propia vida.

Más que asumir a Chávez como un tirano, podemos asumirlo como la imagen que aparece en el espejo cuando nos miramos, por eso lo odiamos o lo amamos con vehemencia, porque cuando lo vemos nos descubrimos a nosotros mismos. El reto que se nos plantea, no es acabar con él, sino transformarnos en verdad, de manera que lo que veamos en ese espejo sea otra imagen; sólo de esta manera Chávez desaparecerá.. Pero esto es doloroso, porque hacernos verdad es difícil ya que estamos acostumbrados asumir las luchas desde “afuera”, y no tenemos un “GPS” que nos ayude a ubicarnos en nosotros mismos, y en lo que desde nosotros mismos podemos construir.

Vemos lo que somos y las instituciones que construimos, pensamos que son honestas, consecuentes y necesarias, nuestra subjetividad nos impide ver las contradicciones que tenemos y que tienen, las inconsistencias sobre las que nos levantamos, los vacíos que dejamos en el camino. Sobre ellos se ha levantado Chávez y su reino de oscuridad, capitalizando nuestras propias tinieblas para gobernar; miramos y nos horrorizamos porque, en el fondo, sabemos que son nuestras propias oscuridades las que nos gobiernan.

Nuestro discurso algunas veces es el mismo de Chávez: hablamos de alternancia en el poder, diciendo “no” a la reelección indefinida, y queremos permanecer décadas en los cargos; hablamos de democracia y no toleramos las ideas diferentes; escribimos y disertamos sobre el empoderamiento de la gente, y en el fondo estamos convencidos que tenemos que llevarlos de la mano porque son incapaces de decidir sobre su propio futuro; hablamos de leyes justas, atacamos al gobierno por manipular la ley, pero nuestras leyes son igual de manipuladas para resguardar nuestros propios objetivos; defendemos a los pobres, sin reconocer nuestra propia pobreza y asumiéndonos ante ellos como ”modernos evangelizadores”; defendemos el conocimiento, no como posibilidad de emancipación personal y social, sino de promoción profesional, es por esto que la manera de citar se convierte en el fin, y el contenido se disuelve, se extravía en normas APA o en cualquier otro método; marchamos y gritamos “estudiantes” pero no estudiamos; reivindicamos nuestro rol de profesores y se nos olvida “enseñar”, defendemos la humildad, y nuestras palabras siempre giran en torno a nosotros mismos, al culto del ego, con demente necesidad de que nuestras palabras recompongan la inseguridad que nos invade, las frustraciones que nos construyen; muchas veces llamamos “amor” al escape que tenemos para tapar nuestras propias carencias de “amor”, y con el discurso “amar al otro”, pretendemos sentirnos amados. Yo no me salvo, ni quiero salvarme de esta descripción, me veo reflejado en ella y desde ella escribo.

Empezamos el Adviento, nos preparamos con ritos religiosos o tradiciones civiles para la fiesta; ¿qué fiesta?, la fiesta en mayúscula, La Fiesta, la mayor fiesta que podemos celebrar, la fiesta del nacimiento de la Verdad, la fiesta de la esperanza de que podemos asirnos de ella, aunque eso implique sudar sangre en el monte de los olivos, o dejar a nuestra madre sumida en el dolor, por las decisiones que tomamos; o beber agua y vinagre; o que nos aplaudan por convertir el agua en vino, o que nos persigan por rebelarnos ante los mercaderes del templo. Al final, tenemos que recorrer el mismo camino del único que ha sido Verdad, el camino del discurso soportado en el ejemplo, el camino de doblegarnos ante nosotros mismos, enfrentando nuestros propios miedos y nuestras propias tentaciones de no ser Verdad, el camino de caernos mientras los otros se ríen o lloran, el camino de morirnos en una cruz, pero también el único camino que nos lleva a nuestro destino: resucitar.

Satyagraha es ese camino recorrido por aquel “mamarracho” cuyo cumpleaños celebraremos por estos días, aunque el término nos llega de otro noble mamarracho: Mohandas Karamchand Ghandi. Es la fuerza de la Verdad, tanto epistemológica como ontológica. Es el esfuerzo por hacernos verdad, es entender que sólo transitando el duro camino personal e institucional que esto supone podremos construir una vida distinta y una sociedad distinta. Chávez no es más que lo que “somos” o “creemos ser”, es la imagen de lo que hemos construido en nuestro micro y macro cosmos personal y social. Por eso, en este tiempo, busquemos la fuerza para mirarnos sin miedos, para desnudarnos en silencio ante nosotros mismos, con la fe y la esperanza que Aquel nos regaló hace más de 2000 años, así empezaremos a recorrer el camino de Verdad, ese que para la India de los años 40, constituyó la única posibilidad de libertad.

GLMV

Noviembre, 2009

Comentarios

  1. interesante tus reflexiones bastante apegado a la realidad, me recordo el cuento de la caverna de los hombres encadenados que pensaban que el mundo eran sus propias sombras. hasta que uno de ellos logra escapar y regresa a decirles que ese no es el mundo real. que hay algo màs alla de las cavernas. al final lo tildan de loco y lo matan.
    a alguien aparte de ti escuche o lei esa conjetura que la cadena es que chavez es el producto de nosotros mismos de una gran mayoria, tal vez por eso lo odiomos y lo amamos en bandas divididas o grupos. no me gusta aludir refranes populachos pero aveces uno que destaca me viene a la mente " cada pueblo tiene el gobernarte que merece" me llama la atenciòn. a mi entender somos una sociedad naciendo no podemos compararnos a europa que con sangre y guerras hizo su madurez politica.hay tanto por hacer lo triste es que se empieza a paso de tortuga y el tiempo es terrible se lleva almas y oculta soles.
    hay un pasaje de la biblia que es toda una conjetura existencial:
    jesus: mi reino no es de este mundo solo he venido a traer la verdad.
    pilatos: pero ¿ cual es la verdad?
    jesus: ..............(permanecio callado)

    espero puedas leerme y hacerme un comentario saludos.
    www.parabolasdeahora.blogspot.com

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  2. Hola, me gusta ese pasaje de la Biblia que colocas, y creo que Jesus responde lo que tiene que responder: silencio. Silencio. Silencio. Esa es la respuesta más verdadera y más cruel.
    No sé si necesitamos guerras como Europa, o sangre, o siglos... igual da, porque de todas maneras no creo que lo veamos, y si lo vemos no podremos saber jamás qué pasó después.
    Ciertamente hay algo de El Mito de la Caverna de Platón, que después recrea excelentemente Michel Ende en un cuento llamado Las Catacumbas de Misrrain (creo que se escribe así).
    Gracias por tu comentario... un saludo.

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